Los movimientos, más allá de las crisis

Los desafíos abiertos de las “nuevas realidades eclesiales”, después del tiempo de la expansión y de las crisis por los escándalos de los fundadores

 

Andrés Beltramo Álvarez

 

Los movimientos católicos son mucho más que un puñado de fundadores infieles. Tras su “boom” en el pontificado de Juan Pablo II, cuando acapararon buena parte del panorama eclesial, muchos de ellos afrontaron crisis. Unas fisiológicas, otras producto de graves escándalos públicos. La mayoría logró sobrevivir a las dificultades. Siguen vivos, algunos de ellos con notable vivacidad. Tras décadas de abrirse espacio en la Iglesia, estas “nuevas realidades” siguen poniendo sobre la mesa de las estructuras eclesiásticas numerosos asuntos pendientes.

 

Parte de estos desafíos fueron analizados hace unos días en Roma, durante la jornada de estudios “Carisma e institución en movimientos y comunidades eclesiales”. Un debate y un intercambio de ideas, promovido por el Movimiento de los Focolares, la asociación Nuevos Horizontes, Familia de la Esperanza, así como las comunidades Católica Shalom, Emanuel y Papa Juan XXIII.

 

Suelen ser llamadas, coloquialmente, “nuevas realidades eclesiales”. Una galaxia de asociaciones y grupos, de lo más diversas entre sí, nacidas en las últimas décadas. Producto, en general, del impulso aperturista (sobre todo hacia los laicos) del Concilio Vaticano II. En no pocas ocasiones, su aparición en el panorama católico ha sido profético y disruptivo, no exento de polémicas. Actualmente nuclean a millones de personas en el mundo. 

 

Para Piero Coda, los movimientos viven –hoy- una “tercera fase” de su existencia, tras un espontáneo nacimiento y su bullicioso crecimiento. Reconoce que, sobre todo en la década de los 90 del siglo pasado, el afán positivo por ofrecer la propia contribución significativa a la Iglesia provocó malos entendidos e incomprensiones. 

 

“Toda realidad pasa por esta fase adolescente, tendencialmente empujada a enfatizar su identidad, este es un dato objetivo, y de hecho la madurez lleva a redimensionar no la propia identidad sino la conciencia del propio lugar en referencia a los demás”, ilustró el rector del Instituto Universitario Sophia, en entrevista con el Vatican Insider. Reconoció, además, que la actual etapa de evolución en esas agrupaciones tiene una característica: la crisis.

 

“Existe un contexto general de crisis, en el sentido original de la palabra. La crisis es siempre un pasaje esencial en el crecimiento y la maduración de una realidad. Puede asumir muchas formas, según las diversas situaciones que estas realidades han vivido. Existen crisis simplemente de crecimiento, que expresan un camino necesitado de adaptación, y otras crisis se han dado por faltas, incluso graves, al interno de estos grupos que los han llevado a redimensionarse y a una relectura necesaria sobre el significado del eventual carisma que les dio origen”, explicó.

 

Más adelante, Coda profundizó en un aspecto de candente actualidad: El rol de los fundadores, los carismas y las instituciones por ellos creadas. Lo hizo sin dudar. “Es esencial distinguir entre el carisma del fundador y la santidad del fundador, son dos realidades distintas. No es que haber recibido como don un gran carisma lleva inmediatamente a una santidad garantizada, la santidad es una adquisición personal. Esto muchas veces no ha sido percibido en toda su realidad”, afirmó.

 

Consideraciones de enorme relevancia, a la luz de los casos desconcertantes descubiertos en los últimos años. Escándalos protagonizados por fundadores con una intachable imagen pública que llegaron a mancharse con las peores faltas, incluidos los abusos. Como Marcial Maciel Degollado, iniciador del Regnum Christi y los Legionarios de Cristo; Luis Fernando Figari, del Sodalicio de Vida Cristiana; Fernando Karadima, creador de la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón de Jesús en Chile o Carlos Miguel Buela, líder del Instituto Religioso del Verbo Encarnado en Argentina.

 

Estas historias, además de convertirse en un puño en la cara de la Iglesia, abrieron una realista reflexión colectiva. Y alejaron definitivamente la idea de una cierta “santidad implícita” en los fundadores. Con Piero Coda coincidió, también, Luis Navarro, canonista de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. También en entrevista explicó que el carisma recibido por el fundador o la fundadora no es para sí mismo, sino para toda la Iglesia. 

 

“En cualquier carisma tiene que existir una fase en que se deslinde lo personalísimo del fundador de la realidad carismática que Dios ha querido inspirar a través de ese fundador. Se trata de un proceso que exige tiempo, exige reflexión, exige que el carisma vaya tomando cuerpo y con el paso del tiempo se puede manifestar más la distancia con respecto al fundador. No todo lo que hace el fundador es característico de un carisma o de un movimiento”, precisó.

 

Y añadió: “En la vida de la Iglesia hay fundadores que lo han hecho maravillosamente bien, otros que no, hay de todo como es la realidad. La Iglesia tiende a tener en cuenta lo que hay de bueno en cada una de esas realidades”. 

 

Similar opinión manifestó María Voce, presidente del Movimiento de los Focolares. Advirtió que el carisma “es un regalo de Dios para la Iglesia” y, por ello, “prescinde un poco” de la figura del fundador en cierto sentido. “Si Dios da un carisma para la Iglesia ese carisma sigue adelante, más allá de los fundadores”, abundó. 

 

Aseguró que un carisma puede sobrevivir a situaciones tan graves como los abusos sexuales contra menores. “La prueba la tenemos, existen movimientos que han tenido problemas con el fundador, pero después de un tiempo de reflexión recuperaron vigor, vida y siguen adelante. Siendo el carisma dado para la Iglesia, a menudo es encarnado no sólo por una persona sino por varias. Existe siempre un fundador y también un grupo de personas que encarna el carisma”, ponderó.

 

Pero animó a mirar más allá de las crisis, porque existen “muchas cuestiones abiertas” sobre los movimientos. Sostuvo que algunos deben aún descubrir si son verdaderos movimientos eclesiales nacidos de un carisma o sólo son asociaciones surgidas para hacer el bien, pero sin depender de un carisma divino. Destacó la necesidad de distinguir entre los carismas, si estos se enfocan mayormente a la vida consagrada o a la vida laical. 

 

“Además, en la Santa Sede no existe un único dicasterio (oficina) que pueda ser competente para todas las cuestiones”, constató. Y reconoció que la ley eclesiástica aún no considera algunos desafíos que ya se encuentran planteados por la realidad. Como, por ejemplo, el ejercicio del ministerio exclusivo de los sacerdotes dentro de los movimientos, así como lo prestan en las diócesis. O la aceptación formal en estas realidades eclesiales de personas de otras iglesias, religiones o incluso de quienes dicen no tener fe. 

 

“La ley siempre viene después para responder a la realidad, siempre ha sido así. Nosotros queremos que se abran estos temas y se estudien, para alcanzar juntos una solución”, estableció María Voce. 

 

- vaticaninsider.lastampa.it