El Papa: el confesor no debe ser inquisidor o hacer que se avergüence quien se arrepiente

Francisco recordó a los Misioneros de la Misericordia que «el hijo pródigo no tuvo que pasar por la aduana». Siria, la depresión y las dudas sobre el abandono de Dios: «Su amor derrota cualquier soledad»

 

Iacopo Scaramuzzi

 

No es necesario «hacer que siente vergüenza» a quien sabe que se ha equivocado; tampoco es necesario ser inquisidores cuando la gracia del Padre ya ha intervenido porque «no se permite violar el espacio sacro de una persona en su relacionarse con Dios». El Papa Francisco recibió a los Misioneros de la Misericordia y volvió a explicar el sentido profundo del «sacramento de la reconciliación» (confesionario), indicando el ejemplo de dos grandes confesores de Buenos Aires y de un cardenal del Vaticano («Hablamos tan mal de la Curia romana, pero aquí adentro también hay santos»).

 

El «hijo pródigo» de la parábola evangélica «no tuvo que pasar por la aduana», recordó Francisco, e insistió en que la Iglesia no debe «crear ninguna barrera o dificultad que obstaculice el acceso al perdón del Padre», así como tampoco descuidar «los pasos que una persona está dando día a día» para «defender la integridad del ideal evangélico». Frente a dramas que «hacen surgir en muchos la duda sobre el abandono de Dios», desde la situación de estos días en Siria hasta los problemas personales como la depresión, el Pontífice argentino subraya que «la misericordia toma de la mano e infunde la certeza de que el amor con el que Dios ama derrota cualquier forma de soledad y abandono».  

 

Los Misioneros de la Misericordia, reunidos en estos días en el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, guiado por monseñor Rino Fisichella, son una figura de confesores que habrían debido llevar a cabo su tarea por el mundo no solo en el periodo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia (del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016). Pero, dijo el Papa a 550 de ellos, con quienes después celebró una misa en San Pedro, «reflexionando sobre el gran servicio que han dado a la Iglesia, y sobre cuánto bien han hecho y ofrecido a muchos creyentes con su predicación y, sobre todo, con la celebración del sacramento de la Reconciliación, me ha parecido oportuno que su mandato» se extienda un poco más, puesto que «he recibido muchos testimonios de conversiones que se han realizado mediante el servicio de ustedes».

 

«Siempre debemos insistir, pero sobre todo, en relación con el sacramento de la Reconciliación, en que la primera iniciativa es del Señor; es Él quien nos precede en el amor, pero no de manera universal, sino caso por caso», subrayó Francisco, quien recordó también un neologismo español muy importante para él, el del verbo “primerear”, «para expresar precisamente la dinámica del primer acto con el que Dios viene a nuestro encuentro». Por este motivo, «cuando se acerca a nosotros un penitente, es importante y consolador reconocer que tenemos ante nosotros el primer fruto del encuentro ya acaecido con el amor de Dios, que con su gracia ha abierto su corazón y lo ha vuelto disponible a la conversión», insistió el Papa. «Nuestra tarea (y este es un segundo paso) consiste en no hacer vana la acción de la gracia de Dios, sino sostenerla y permitir que llegue a cumplirse. A veces, desgraciadamente, puede suceder que un sacerdote, con su comportamiento, en lugar de acercar al penitente lo aleja. Por ejemplo –subrayó– para defender la integridad del ideal evangélico se descuidan los pasos que una persona está dando día a día. No es así que se alimenta la gracia de Dios. Reconocer el arrepentimiento del pecador equivale a acogerlo con los brazos abiertos de par en par, para imitar al padre de la parábola que acoge al hijo cuando vuelve a casa, significa no dejar ni siquiera que termine de hablar».

 

Jorge Mario Bergoglio reflexionó en varias ocasiones en su dircurso sobre la parábola evangélica del del “hijo pródigo” acogido a pesar de sus errores por el «padre misericordioso». «El hijo pródigo no tuvo que pasar por la aduana: fue acogido por el Padre, sin obstáculos», dijo Francisco invitando a los Misioneros de la Misericordia a ser «signo concreto de que la Iglesia no puede, no debe y no quiere crear ninguna barrera o dificultad que obstaculice el acceso al perdón del Padre». En la parábola, «el papá ni siquiera lo dejó terminar de hablar, lo abrazó. Él ya tenía el discurso preparado, pero (el padre) lo abrazó. Significa no dejar ni siquiera que termine las palabras que ya había preparado para pedir perdón, porque el confesor ya ha comprendido cada cosa, seguro de la experiencia de ser también él un pecador. No hay que hacer que sienta vergüenza quien ha ya reconocido su pecado y sabe que se ha equivocado, no es necesario ser inquisidor (esos confesores que pregunta, preguntan diez, veinte, treinta, cuarenta minutos… “Y, ¿cómo fue hecho? ¿Y cómo?...”; no es necesario inquirir en donde la gracia del Padre ya ha intervenido, no está permitido violar el espacio sacro de una persona en su relacionarse con Dios».

 

Al respecto, el Papa latinoamericano puso un «ejemplo de la Curia romana», al que ya se había referido en el pasado: «Hablamos tan mal de la Curia romana, pero aquí adentro hay santos. Un cardenal, prefecto de una Congregación, tiene la costumbre de ir a confesar a Santo Spirito, en Sassia, dos, tres veces a la semana (tiene su horario fijo), y él, un día, explicando, dijo: cuando me doy cuenta de que una persona comienza a fatigar al decir, y yo ya he comprendido de qué se trata, digo: “He comprendido, sigue adelante”. Y esa persona “respira”. Es un buen consejo: cuando se sabe de qué se trata, “he comprendido, sigue adelante”».

 

Bergoglio también se detuvo para reflexionar sobre las consecuencias del perdón que nace de la misericordia divina. «Dios libra del miedo, de la angustia, de la vergüenza, de la violencia. El perdón es verdaderamente una forma de liberación para devolver la alegría y el sentido de la vida», dijo. «La misericordia, liberando, restituye la dignidad», insistió.

 

Esto significa, explicó el Papa, que el perdón y la misericordia permiten mirar de nuevo la vida con confianza y empeño; Francisco también citó al fundador de los jesuitas, san Ignacio de Loyola («permítanme un poco de publicidad de familia»), y recordó el concepto de «consolación» interna que «aplasta cualquier turbación y atraer interiormente al amor del Señor», que corre el riesgo de perder con una «espiritualidad de las quejas».

 

Recordando las palabras de Jesús en la cruz, «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», el Papa indicó que «las palabras del Crucificado parecen resonar en el vacío, porque este silencio del Padre por el Hijo es el precio que hay que pagar para que nadie se sienta abandonado por Dios. El Dios que ha amado al mundo hasta el punto de dar a su Hijo, hasta el punto de abandonarlo en la cruz, nunca podrá abandonar a nadie: su amor estará siempre allí, cerca, más grande y más fiel que cualquier abandono». «La misericordia toma por la mano e infunde la certeza de que el amor con el que Dios derrota cualquier tipo de soledad y abandono».

 

«De esta experiencia», continuó Francisco, pidiendo perdón por lo largo de su discurso, «los Misioneros de la Misericordia están llamados a ser intérpretes y testigos». Por ello los exhortó a nunca ponerse «por encima de los demás, como si fueran jueces ante los hermanos pecadores», a tener «un estilo de vida coherente con la misión que hemos recibido», y, a los que han sido nombrados obispos mientras tanto, deseó «que no hayan perdido la capacidad de “misericordiar”».

 

Antes de concluir el discurso, el Papa recordó, como ejemplo, a dos grandes confesores (a quienes ha ya citado antes durante su Pontificado), al padre José Aristi, al que le “robó” la cruz del Rosario, y el padre Luis Dri, que, ante el escrúpulo de conceder demasiadas absoluciones, dice ante el crucifijo: «Señor, perdóname, hoy he perdonado demasiado. Perdóname… Pero fuiste tú el que me dio el mal ejemplo».

 

- vaticaninsider.lastampa.it