En la Iglesia “el mandón” aborrece la transparencia

Uno de los principales desafíos para quienes llevan las riendas de las instituciones eclesiásticas: la transparencia. Un estudioso indica las claves para erradicar la corrupción en la Iglesia, señala errores e invita a aprender del pasado

 

Andrés Beltramo Álvarez

 

“Quien protesta por una auditoría se ve muy sospechoso. En la Iglesia y fuera de ella”. Las grandes crisis que la Iglesia católica ha afrontado en los últimos años tienen un denominador común: un quiebre en la credibilidad. Por eso, uno de sus principales desafíos es la transparencia. Sin ella todo se vuelve difícil. Pero ser sinceros y aceptar los errores resulta más difícil de lo que parece. Yago de la Cierva lo sabe. Organizador y asesor de actos multitudinarios en varios países, es autor del libro “Megaeventos de la Iglesia católica: Derrotero para organizadores y comunicadores”. En entrevista con el Vatican Insider aborda un tema que aún suena espinoso. 

 

¿Cuál es el principal desafío de transparencia de la Iglesia hoy?

 

El principal desafío de transparencia es muy parecido al que tienen todas las instituciones, el hacer las cosas de tal manera que se respeten una serie de buenas prácticas y se de cuenta de ello. Luego lo que pasa es que la Iglesia católica es enorme, hay sitios donde es más fácil o se llevan mucho tiempo esforzándose, hay sitios donde acaban de llegar y no lo hacen, y también existen los lugares, eso es lo más triste, donde la transparencia económica no se vive porque en el fondo se quiere mangonear y hacer las cosas no de acuerdo con los principios éticos sino de acuerdo con los caprichos de quien manda en ese momento. 

 

¿Qué debería hacer la Iglesia? 

 

En primer lugar entender que, desde el punto de vista económico, se le aplican los principios universales de gestión de patrimonio ajeno porque sus bienes no son su propiedad, son bienes recibidos que se deben administrar y se deben pasar a los siguientes. Sobre eso se ha escrito mucho y desde mi punto de vista sería un error intentar inventar la rueda de nuevo. Hay que vivir lo que está escrito, indicado en los convenios internacionales sobre transparencia y gobierno. 

 

Ustedes hicieron una investigación al respecto, ¿por qué y a dónde los llevó?

 

Investigamos la administración de los grandes eventos de la Iglesia, que son los más importantes y donde se ponen a prueba los principios porque se trata de situaciones extraordinarias que están a la vista de todos. Millones de personas que participan y otros millones que los ven a través de la televisión. Descubrimos que en ocasiones se gestionan estos actos con timidez en lugar de transparencia, se decide si ser transparente sobre cada cosa. Como si se pensara que la transparencia está bien pero no es el criterio último y, por lo tanto, se decide en cada caso si dar un dato sobre ingresos, sobre gastos, sobre contratos. Eso es agotador. Cuando uno no asume un compromiso y no ve las ventajas que tiene la transparencia económica, hacia fuera y, sobre todo, hacia adentro, entonces se pierden muchísimas energías, muchos recursos y se pierde la fuerza de esa reputación que la Iglesia puede ganar, incrementar o perder.

 

¿Qué motiva la tentación de la opacidad?

 

La transparencia económica no es sino una pequeña parte del concepto de dar cuentas. No solamente es necesario rendir cuentas de cómo se utiliza el dinero, hay que explicar absolutamente todo. La administración no es sólo económica, también se aplica al gobierno, a cuáles son las condiciones para llegar a determinados puestos, cuáles son las condiciones para contratar a cierta gente, cuáles son las condiciones para que una diócesis organice la Jornada Mundial de Juventud o un Congreso Eucarístico Internacional. Cuando todo eso es público, quien tiene la autoridad es más servidor que mandón. Por lo tanto, el que no quiere servir sino mandar termina por no ser transparente, porque la transparencia le impide hacer lo que le da la gana. No hay corrupción cuando se debe rendir cuentas, y esto no vale sólo para los grandes eventos sino para todo.

 

¿Por qué genera morbo o malhumor cuando un obispo llega a una diócesis y pide realizar auditorias? Algo de eso ocurrió, por ejemplo, en la Ciudad de México con el nuevo arzobispo Carlos Aguiar Retes.

 

Es importante cuando un nuevo obispo llega a una diócesis y busca saber cómo van las cosas. Eso no quiere decir criticar al pasado, sino saber realmente dónde se está. Ojalá ese ejemplo cunda. Las resistencias son naturales, quizás a descubrir que algunas cosas se han hecho mal. En esos casos basta hacerse la pregunta: ¿usted qué quiere? ¿Hacer el bien? ¿Aceptar las cosas como están y mejorarlas? ¿O proteger el pasado? Así, el que protesta por una auditoría es muy sospechoso, porque el que no tiene nada que esconder no se queja, al contrario, está contento de mostrar los resultados. Si algo no se administró bien por causas externas, eso estará a la vista de todos. 

 

¿Qué aspecto marca la diferencia?

 

Cuando en la Iglesia existe conciencia que se administran cosas ajenas, no hay problemas. En cambio cuando los sacerdotes se convierten en obispos, creen que cuando les impusieron las manos ya les transfirieron todos los dones, que no tienen nada por aprender y no pueden equivocarse, entonces tenemos un problema mucho más serio que el económico. 

 

¿Por qué los problemas de transparencia en la Iglesia generan tanta atención pública?

 

Muchas veces el morbo viene de la falta de información, de las especulaciones, y también de la resistencia a aceptar los problemas. ¿Por qué no decir las cosas? Se piensa que se pueden malinterpretar. Pero la experiencia demuestra que cuando se informa abierta y claramente, no pasa nada. Pero cuando no hay datos disponibles todo es sospechoso. Por desgracia en España, la Jornada Mundial de las Familias de 2006 fue un desastre de corrupción porque no hubo transparencia, porque los políticos corruptos se aprovecharon de la visita del Papa Benedicto. En 2011, para la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid dijimos que eso no se iba a permitir. A veces hace falta equivocarse para aprender la lección. 

 

¿Cuánto falta en la Iglesia para la aplicación de estos principios?

 

La Iglesia es una institución tan complicada que las buenas prácticas y las malas prácticas no van a la misma velocidad. En algunos lugares las cosas funcionan bien, o otros menos. Como en la crisis por los abusos sexuales, en varios países la corrupción era muy grande y la Iglesia reaccionó bien, como en Estados Unidos donde los católicos pueden comprobar que se limpió la casa. En otros sitios quizás el problema era más pequeño pero no se ha limpiado. La Iglesia es un mosaico de posibilidades. Ojalá desde Roma se den estas pautas que son una mezcla de gestión económica, gobierno y comunicación.

 

¿Cuál es el rol del Papa Francisco en cuanto a la transparencia?

 

El Papa Francisco tiene dos roles fundamentales: es pastor y gobernante. Como pastor de la Iglesia universal ha ido por delante porque ha puesto el mensaje muy claro de que la gestión económica se debe hacer con criterio evangélico, la importancia de ser sumamente sobrios y que todos aquellos que gestionan los bienes de la Iglesia deben ser especialmente austeros y predicar con el ejemplo. Esto lo ha repetido una y otra vez. 

 

¿Y su papel en el gobierno?

 

En cuanto al gobierno, el Papa ha tomado decisiones claras en diócesis mal administradas pero en otras no. Quizás ahí hay una disociación, él es sumamente claro en lo que dice, y luego en el gobierno de la Iglesia algunas instituciones lo aplican, otras no, y los criterios de aplicación de esas normas varían, quizás sin consistencia. Esto podría explicarse por la reforma que él está llevando a cabo y la cual se encuentra a mitad de camino, por eso el Papa quisiera hacer algo pero todavía no se hace lo que a él le gustaría. Hay que dar un voto de confianza para que termine de consolidarse la reforma de la Iglesia desde el Vaticano y eso permee tanto en las diócesis como en las conferencias episcopales de todo el mundo. 

 

- vaticaninsider.lastampa.it