Francisco: las escandalosas debilidades nacen de una vorágine espiritual

A los obispos nombrados recientemente pidió actualizar los procesos de evaluación en los seminarios. No a los regaños y al aislamiento; hay que «conservar un corazón de corderos», aunque estemos «rodeados de lobos»

 

Iacopo Scaramuzzi

 

No hay que dejarse tentar por las «profecías de tragedias», no hay que gastar energías para «contabilizar fracasos y reprocharse amarguras». Hay, por el contrario, que mantener fija la mirada en el bien, que «a menudo no hace ruido, no es tema de blogs ni llega a las primeras páginas» de los periódicos, y no hay que espantarse «ante las heridas de la carne de Cristo, siempre infligidas por el pecado y a menudo por los hijos de la Iglesia». A los 144 obispos que nombró desde agosto de 2017 hasta el pasado mes de julio (que se encuentran en el Vaticano en estos días para participar en cursos de actualización), el Papa aconsejó particularmente «actualizar los procesos de selección, acompañamiento y evaluación» en los seminarios, pero precisó que estas respuestas «serán privas de fruto si no alcanzan la vorágine espiritual que, en no pocos casos, ha permitido escandalosas debilidades». Más en general, los obispos, recordó Jorge Mario Bergoglio, deben conservar «el corazón de los corderos, aunque estén rodeados de lobos; saben que vencerán porque cuentan con la ayuda del pastor».

«Les pido una particular atención por el clero y por los seminarios», dijo el Papa a los nuevos obispos. «No podemos responder a los desafíos que tenemos para con ellos sin actuaizar nuestros procesos de selección, acompañamiento y evaluación. Pero nuestras respuestas será privas de futuro si no alcanzan la vorágine espiritual que, en no pocos casos, ha permitido escandalosas debilidades», si no evidenciamos el vacío existencia que han alimentado, si no revelan por qué Dios ha permanecido tan mudo, tan acallado, tan removido por una cierta manera de vivir, como sino existiera. Y aquí, prosiguió, cada uno de nosotros debe entrar humildemente en lo profundo de sí y preguntarse qué puede hacer para hacer más santo el rostro de la Iglesia que gobernamos en nombre del Supremo Pastor. No se necesita, afirmó el Papa, señalar con el dedo a los demás, fabricad chivos expiatorios, desgarrarse la ropa, escarbar en las debilidades ajenas como adoran hacer los hijos que han vivido en casa como si fueran siervos. Aquí es necesario trabajar juntos y en comunión, seguros de que la auténtica santidad es la que Dios cumple en nosotros, cuando, dóciles a su Espíritu, volvemos a la alegría simple del Evangelio, para que su bienaventuranza se haga carne para los demás en nuestras decisiones y en nuestra vidas. «Los invito, por lo tanto, a seguir adelante alegres y no amargados, serenos y no angustiados, consolados y no desolados, busquen la consolación del Señor, conservando el corazón de corderos que –dijo el Papa citando las palabras de San Juan Crisóstomo–, aunque estén rodeados de lobos, saben que vencerán porque cuentan con la ayuda de su pastor».

 

En el largo discurso que dirigió a los obispos, todavía sorprendidos por «haber sido llamados a esta misión nunca proporcional y conforme a nuestras fuerzas», el Papa formuló una serie de consejos: «No son fruto de un escrutinio meramente humano, sino de una elección desde lo alto», les dijo, «por lo tanto, se exige no una dedicación intermitente, una fidelidad en fases alternas, una obediencia selectiva, sino que han sido llamados a consumirse noche y día. Permanecer atentos incluso cuando desaparece la luz o cuando Dios mismo se cela en la tiniebla, cuando la tentación de retroceder se insinúa y el maligno, que siempre está al acecho, sugiere sutilmente que el alba ya no llegará».

 

Específicamente, «no se dejen tentar por narraciones de catástrofes o profecías de desgracias», dijo el Papa a los obispos recién nombrados, «no gasten sus mejores energías para contabilizar fracasos y reprochar amarguras, dejando que se empequeñezca el corazón y que se aplanen los horizontes». «Mantengan fija la mirada en el Señor Jesús y, acostumbrándose a su luz, sepan buscarla incesantemente incluso en donde se refracta, incluso a través de humildes resplandores», en las familias, en la certeza del amor y de las personas, en la «silenciosa dedicación» de tantos consagrados y ministros de Dios, que «perseveran sin importarles que el bien a menudo no hace ruido, no es tema de blogs ni llega a las primeras páginas» de los periódicos y «no se espantan frente a las heridas de la carne de Cristo, infligidas siempre por el pecado y a menudo por los hijos de la Iglesia».

 

 

 

El Papa reconoce la insistencia de la soledad y del abandono en nuestro tiempo, la extensión del individualismo y de la indiferencia por el destino de los demás, pero, insistió, «a nosotros no se nos permite ignorar la carne de Cristo, que nos ha sido encomendada no solo en el Sacramento que compartimos, sino también en el pueblo que hemos heredado», y por este motivo, insistió el Pontífice argentino ante los obispos, «que su santidad no sea fruto de aislamiento, sino que florezca y fructifique en el cuerpo vivo de la Iglesia que el Señor les ha encomendado». Para ello, la «santidad chica» que se nutre del abandono en las manos de Dios «crece mientras se descubre que Dios no es domesticable, no necesita recintos para defender su libertad, y no se contamina mientras se acerca, sino, por el contrario, santifica lo que toca». Por ello, continuó el Papa, «les pido que no se avergüencen de la carne de sus Iglesias. Entren en diálogo con sus preguntas».

 

Antes de recibir a los obispos que participan en los cursos de actualización de la Congregación para los obispos y de la Congregación de las Iglesias Orientales, el Papa recibió a los que participan en el congreso “La Teología de la ternura en el Papa Francisco”, que se llevará a cabo en Asís del 14 al 16 de septiembre próximos.

 

- vaticaninsider.lastampa.it